Muy a gusto a lo largo de la charla, sin dejar de sonreír mientras se fuma una media docena de cigarrillos, el traductor al portugués de algunas de las obras de Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Juan Gelman, Juan Carlos Onetti, Antonio Skármeta, Julio Cortázar, Osvaldo Soriano y Juan Rulfo, lanzó sorprendentes suspicacias, como que el verdadero autor de Rayuela no fue Julio Cortázar, sino Astor Piazzolla.
¿Rayuela está íntimamente ligada a la música de Piazzolla?
Ahora mismo estoy haciendo una traducción nueva de Rayuela, la más complicada de todas, por encima de Pedro Páramo o Cien años de soledad. La melodía de Rayuela es puro jazz. Por eso digo que el verdadero autor de ese libro se llama Astor Piazzolla y es muy difícil interpretarlo.
Durante años se empeñó en traducir un cuento de Cortázar…
“El perseguidor” es uno de los diez mejores cuentos del siglo XX. Desde que lo leí en el año 76, le comenté a Julio que quería traducirlo. Es un cuento muy referencial en mi vida. Me sacudió tanto que pasó a ser un cuento mío. No creo que la literatura cambie al mundo, pero puede cambiarme a mí, en la manera en que yo veo el mundo.
Finalmente lo tradujo…
Y gané por primera vez el premio de mejor traducción del año. ¡Fue una sorpresa! No lo creía cuando me llamaron para decirme que estaba entre los finalistas. Yo dije: ‘Pero hay traducciones de Homero, academicistas, algunas dificilísimas’. Y me tocó por “El perseguidor”. Tiempo después con Extraños peregrinos: doce cuentos gané mi segundo Jabuti. El caso me resultó curioso, porque yo sólo quería traducir “El rostro de tu sangre en la nieve”, que es el último cuento del libro. Incluso recuerdo cuando Gabo lo terminó y me llamó para que lo leyera.
¿Qué tan extenuante es traducir?
Es como hacer el amor. Primero da miedo, luego gran alegría, y al terminar se siente uno absolutamente vacío, pero a la vez revivido. Al entregar una traducción me viene una soledad brutal. Me quedo muy melancólico. Diría que es agotador pero gratificante.
En su ponencia confesó lo difícil que fueron las primeras líneas de Memoria de mis putas tristes…
Por la dificultad de entrar en la música del texto. No es sólo sentarse y escribir: ‘La noche de mis 40 años….’. Eso cualquiera lo hace. Yo tengo que leer muchas veces el primer párrafo, lo escribo en el papel hasta que finalmente la mano se va. Hay un vuelo interior. Lo complicado es pasar el texto con toda la atmósfera de García Márquez.
¿Cómo le fue con Vivir para contarla?
Gabo y yo somos amigos desde hace treinta y tantos años. Vivir para contarla tenía la apariencia de una sinfonía. El corrector de estilo de la editorial no creía que la primera vez que el Gabo vio el mar hubiera visto miles de gallinas ahogadas. Yo le comenté: ‘Son gallinas y la memoria es de él’. Tanto insistió el corrector, que descubrió la existencia de un pez gallina en aquella región del Caribe. Y concluyó que quizás lo que observó Gabo fueron esos peces que por falta de oxígeno se ahogaron y flotaron en la superficie. Hablé con Gabo y me dijo: ‘Tiene razón el corrector. No eran miles de gallinas, eran seis o siete, pero yo tenía cinco años’. Otra duda fue algo que él llamaba cuaderno de Caleya. Le comenté que no entendía. Y Gabo me preguntó: ¿y qué significa Caleya en portugués?’. Le dije que nada. Y dijo: ‘Qué bien, porque en castellano tampoco. Yo no sé por qué lo puse’.
¿Cómo definir a un traductor?
No soy traductor. Soy un escritor que traduce a sus amigos. Muchas veces la editoriales me piden que traduzca un libro y he dicho que no, aunque sean muy buenos los autores. Yo traduzco a mi universo, a mi mafia, gente que comparte conmigo mi manera del ver el mundo, con quien tengo lazos de afecto o amistad. Lo importante es que el libro me atrape, pero no el intelecto o la razón, sino el alma.
¿Nunca ha traducido alguien fuera de su círculo de amigos?
Hubo un libro que me interesó: Fuego en las entrañas, una novelita corta, muy mala, porno, escrita por Pedro Almodóvar en el año 82. Yo no podía dejarla escapar. Me divertí mucho traduciéndola.
Tradujo a Galeano por primera vez al portugués…
Son 33 años de traducir a Galeano. Él también tradujo algunos cuentos míos. En 1976 salió Vagabundo con un éxito inmediato en Brasil, porque Las venas abiertas de América Latina estaban prohibidas por la dictadura brasileña. Fue muy divertido trabajar con Eduardo. Yo siempre le decía: ‘La última palabra es mía, soy el traductor’. Y él me contestaba: ‘Bien, la última palabra es tuya, pero la primera es mía, que soy el escritor’. Había que negociar con las palabras.
¿En su larga lista de amistades aparece Juan Gelman?
Tres años y medio para traducirle como 30 poemas. Tuve que pedirle a Chico Buarque, que conoce muy bien la obra de Juan, que me ayudara. Él puso los acordes, la armonía que faltaba a la música de Gelman, porque cada libro tiene allegros, scherzos, molto vivaces. La poesía es una pieza para un solo instrumento.
Los diccionarios son objetos cotidianos en su vida…
No existe ningún buen diccionario español-portugués. Existen muy antiguos, no actualizados. Cuando traduzco casi no los uso. Prefiero el diccionario español-español o la pequeña enciclopedia Larousse.
Entrevista realizada por Óscar Jiménez Manríquez, publicada en Milenio Online. Leer entrevista completa.